Sueño Federico García Lorca

ODA AL VERANO DE PABLO NERUDA

Verano, violín rojo,
nube clara,
un zumbido
de sierra
o de cigarra
te precede,
el cielo
abovedado,
liso, luciente como
un ojo,
y bajo su mirada,
verano,
pez del cielo
infinito,
élitro lisonjero,
perezoso
letargo
barriguita
de abeja,
sol endiablado,
sol terrible y paterno,
sudoroso
como un buey trabajando,
sol seco
en la cabeza
como un inesperado
garrotoazo,
sol de la sed
andando
por la arena,
verano,
mar desierto,
el minero
de azufre
se llena
se llena
de sudor amarillo,
el aviador
recorre
rayo a rayo
el sol celeste,
sudor
negro
resbala
de la frente
a los ojos
en la mina
de Lota,
el minero
se restriega
la frente
negra,
arden
las sementeras,
cruje
el trigo,
insectos
azules
buscan
sombra,
tocan
la frescura,
sumergen
la cabeza
en un diamante.

Oh verano
abundante,
carro
de
manzanas
maduras,
boca
de fresa
en la verdura, labios
de ciruela salvaje,
caminos
de suave polvo
encima del polvo,
mediodía,
tambor
de cobre rojo,
y en la tarde
descansa
el fuego,
el aire
hace bailar
el trébol, entra
en la usina desierta,
sube
una estrella
fresca
por el cielo
sombrío,
crepita
sin quemarse
la noche
del verano.

jueves, 20 de marzo de 2014

PRIMAVERA EN GRANADA





La señorita Eduarda Moreno, en un libro de versos que tituló Ayes del alma (1857), confesaba yo canto cuando nace / la dulce primavera y, para mayor énfasis, pedía dejad, flores divinas, /que ornáis a mi Granada, /dejad, dejad que cante / con ansia el alma mía. La dulce primavera granadina, más bien pérfida, acabó con su canto por medio de una pulmonía. Otro vecino del Darro, también poeta romántico, escribía (1861): el genio fino de la primavera /enfermo me tiene con la mormera. Y es que la traicionera estación de las flores sólo posee identidad astronómica, no profesional, por eso juega al escondite invernizo cada año, sin sacar el sol de las umbrías hasta que se enamoran las totovías y es verano a los tres días. ¿Dónde te metes primavera /que no te viera si te viera?, preguntaba Hipólito Megía al relente abrileño de Plaza Nueva (1883). Es verdad, el primer verano (prima vera) de Granada es famoso por sus ausencias. Bueno Pardo, el sacerdote que mentábamos antes, descubría el paso de la primavera por los roscos de garbanzos de San Lázaro, las meriendas de cerezas con pan de aceite en las huertas de Gracia y por los bailes de los mozos en homenaje a San Pascual Bailón. Surroca Grau (1911) también adivinaba la estación por señales infalibles: las habas verdes con saladilla o bacalao en tiras, por San Marcos; los guisos de caracoles, tras las lluvias mil, y el pero junto a las tijeras en los altares del Día de la Cruz. Aunque la época es generosa en hortalizas tempraneras, como lo demuestra Francisco Henríquez de Jorquera (coles de todas suertes, que yo las he visto de quince libras, bizarros nabos de Granada, Alfacar y La Zubia, calabazas de todas suertes, berenjenas, pepinos, cohombros y, sobre todo, admirables cebollas como platos y ajos como puños), también es generosa en frutas primerizas. Las cerezas y las guindas, sobre todo las garrafales del Genil, aquellas que, por Canales o Maítena, se cogían desde las ventanillas del tranvía. Las fresas de Valparaíso, chiquiticas y madrugadoras, que se vendían por las calles al son de Cestica de fresas, fresas, fresquitas las fresas. Y los fresones. Luego las brevas tempranas, del Albayzín, a perrilla la libra, que I'han llovío, seguidas de los jigos isabeles, ¡mirar que jigos!. Decía Jorquera que las brevas y los higos son de tan suave gusto que se puede almorzar una persona dos libras sin que le enfaden ni le hagan daño. Y las nísporas del Japón, a perrilla el cuarterón, aunque sean del Albayzín, como sospechaba Surroca.

ANTONIO MUÑOZ MOLINA
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lunes, 3 de marzo de 2014

EL DESPERTAR DE LAS PALABRAS

“Recuerdo que fui golpeado profundamente por la relación que aparecía entre la palabra y la cosa. Tenía la sensación de que la palabra era la embajadora de la cosa, su representante entre nosotros. Es mi primer recuerdo sobre la experiencia del lenguaje. En ese momento comprendí que la poesía ejercía esta relación con la palabra. Después encontré, en los poemas que nos hacían leer, que existía un ritmo, una música dentro de los poemas, que no era inherente a las conversaciones, sino que existía solo en la poesía. Así consideré que mi destino era practicar ese ritmo que hacía que las palabras entraran en contacto con el mundo”.
Convencido y emocionado, Bonnefoy dice que la palabra tiene vida; es un mundo, y crea un universo. Y su encadenamiento con otras palabras, su combinación para crear frases transforma y altera su esencia, su significado. Para él las palabras cotidianas se usan sin darles el valor que merecen.

 http://cultura.elpais.com/cultura/2014/02/07/actualidad/1391788213_007468.html