Sueño Federico García Lorca

ODA AL VERANO DE PABLO NERUDA

Verano, violín rojo,
nube clara,
un zumbido
de sierra
o de cigarra
te precede,
el cielo
abovedado,
liso, luciente como
un ojo,
y bajo su mirada,
verano,
pez del cielo
infinito,
élitro lisonjero,
perezoso
letargo
barriguita
de abeja,
sol endiablado,
sol terrible y paterno,
sudoroso
como un buey trabajando,
sol seco
en la cabeza
como un inesperado
garrotoazo,
sol de la sed
andando
por la arena,
verano,
mar desierto,
el minero
de azufre
se llena
se llena
de sudor amarillo,
el aviador
recorre
rayo a rayo
el sol celeste,
sudor
negro
resbala
de la frente
a los ojos
en la mina
de Lota,
el minero
se restriega
la frente
negra,
arden
las sementeras,
cruje
el trigo,
insectos
azules
buscan
sombra,
tocan
la frescura,
sumergen
la cabeza
en un diamante.

Oh verano
abundante,
carro
de
manzanas
maduras,
boca
de fresa
en la verdura, labios
de ciruela salvaje,
caminos
de suave polvo
encima del polvo,
mediodía,
tambor
de cobre rojo,
y en la tarde
descansa
el fuego,
el aire
hace bailar
el trébol, entra
en la usina desierta,
sube
una estrella
fresca
por el cielo
sombrío,
crepita
sin quemarse
la noche
del verano.

martes, 22 de octubre de 2013

Ya han aprendido a leer, ¿tenemos que seguir acompañándolos?

Ya han aprendido a leer, ¿tenemos que seguir acompañándolos?
Por supuesto. Se habla de la soledad del lector principiante para nombrar un sentimiento real en la trayectoria lectora de muchos niños y niñas. Inician ilusionados su aprendizaje y descubren el placer de descifrar por sí mismos esos signos hasta ahora para ellos incomprensibles. Están emocionados por su recién estrenada habilidad, presumen de ella, quieren ser ellos los que nos lean, con su ritmo lento, con sus dudas… y a veces, desalentamos ese entusiasmo inicial con nuestras correcciones, nuestra impaciencia y nuestro abandono cuando ya la habilidad se ha consolidado mínimamente.
Sí, es cierto, han aprendido a descifrar el código, «ya saben leer», aunque esta lectura lenta e insegura no les permita abandonarse a la historia, sentirla y vivirla como cuando nosotros les leíamos. Y sobre todo, hemos abandonado ese espacio íntimo y cómplice en el que se habían desarrollado sus lecturas hasta entonces: los hemos dejado solos con el libro.
Reflexionemos y continuemos leyendo con ellos, preguntemos por sus impresiones, vinculemos las historias con sus vivencias personales, con sus miedos, con todo aquello que nosotros conocemos y que ignoran sus profesores; desliguemos la lectura instrumental de la placentera y protejamos ese espacio de diálogos y afectos que había sido hasta entonces el libro.

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