‘Palabras moribundas’ que quizá no oigas nunca más
Por Mar Abad ( @marabad )Quedan fuera de la lengua palabras centenarias y términos que tuvieron una vida muy breve. Tan corta que cuando las admite la RAE ya se han dejado de usar. Eso ocurrió con pocholo, por ejemplo. “Era una palabra moderna y cuando la incluyeron en el diccionario ya resultaba antigua”.
Puede que el mundo cambie y la palabra, no. Hay términos que parecen estar más allá del bien y del mal, del espacio y el tiempo. Así ocurre con el agua, el cielo, la paz o el amor. Hay otras, en cambio, que mueren y vuelven a vivir. Eso ocurrió, por ejemplo, con azafata. Pilar G. Mouton y Álex Grijelmo explican la evolución de este vocablo en su libro Palabras moribundas, de Taurus. Azafate entró en el español con la llegada de los árabes. En aquella época era una «bandeja con borde de poca altura» y de ahí surgió azafata. En 1726 los dos términos se incorporan al Diccionario de Autoridades para describir el “oficio de la Casa Real, que sirve una viuda noble, la qual guarda y tiene en su poder las alhájas y vestídos de la Réina, y entra a despertarla con la Camaréra mayor, y una señora de honór, llevando en un azafáte el vestído y demás cosas que se ha de poner la Réina, las quales vá dando à la Camaréra mayor, que es quien las sirve. Llámase Azafáta por el azafáte que lleva y tiene en las manos mientras se viste la Réina”.
Hay otra forma de volver al mundo. Una palabra puede ser rescatada para describir algo que nada tiene que ver con su origen. “La palabra servidor ha sido resucitada por la informática”, comenta Mouton, “pero ahora tiene un nuevo significado”.
El concepto de lo políticamente correcto y los eufemismos tienen un peso importante en el efecto plastilina de la lengua. Esto hace que unas palabras se sustituyan por otras en muy poco tiempo o que algunos términos caigan en el más absoluto descrédito. Y aquí los medios de comunicación tienen un poder abrumador. “Ya no se dice retrete, por ejemplo; y en el uso social cambiamos sobaco por axila, mear por orinar”, escriben en Palabras moribundas. “También se produce esa misma sustitución léxica en términos que afectan a la sensibilidad social, y por eso se evitan palabras como pobre, mendigo, subnormal, anormal, mongólico, negro o moro”.
Los autores piensan que los medios de comunicación y la lengua urbana ha hecho el lenguaje más uniforme. Muchas palabras patrimoniales que no se mencionan en los medios ni en las ciudades están bajo sospecha y caen en descrédito. Las tachan de “antiguas, pueblerinas y hasta incorrectas”, dicen. “Lo nuevo tiene prestigio y, sin embargo, aquellas palabras arrinconadas son parte de la riqueza que heredamos de las generaciones anteriores y nos sirven para nombrar nuestra cultura y para leer a los clásicos”.
Pilar G. Mouton sigue buscando palabras en peligro de extinción. En su investigación participan decenas de personas de todo el país. El punto de encuentro es un espacio en RNE, cada quince días, llamado también Palabras moribundas. Muchos individuos dan pistas de términos que oyeron y usaron en su niñez, y hoy apenas se utilizan. “Este programa cumple una función social”, indica la especialista en dialectología. “Recuperamos palabras que se están perdiendo y damos prestigio a palabras antiguas”.
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